¡Oh Jesús!
Hoy vengo a Vos como si yo os recibiera por la última vez, y que poco después
de vuestra visita deba comparecer ante Vos, juez de vivos y muertos.
Dignaos recibir mi comunión actual
como la que yo querría hacer en mis últimos momentos. Os la ofrezco desde ahora
en forma de viático.
¿Por qué temeré yo el pensar en la
muerte? La muerte es la unión con Dios; es el umbral de la felicidad, y el
último suspiro exhalado en este valle de lágrimas es seguido de la expansión en
los goces eternos.
Haced, pues, oh Dios mío, que mis
pensamientos errantes entre la muerte y el juicio, me decidan a observar una
vida santa e irreprensible, para que, viendo el buen empleo de mis días, os
dignéis prolongarlos hasta que se halle colmada la medida de mis méritos…
¡Ojalá que pueda expiar aquí abajo
mis faltas de tal modo, que, sin pasar por las penas del Purgatorio, pueda entrar
en mi patria desde esta tierra del destierro!