¡VIVA + JESUS!
El
que sea sencillo, que venga a mí (Prov. 9, 4)
Yo
soy la madre del Amor hermoso (Eccli. 24, 24)
Me
dirijo a todos vosotros, mis compañeros de destierro, que tenéis
sed del agua de la vida eterna. Venid; os descubriré sin envidia mi
secreto, os descubriré una fuente que he encontrado y que tantas
veces ha refrigerado mi alma, comunicándole valor y fuerza para
correr pronto y sin trabajo al monte santo de la perfección. Me
mueve a manifestaros este mi secreto, el deseo de que todos
participen de los grandes bienes que de él han provenido a mi alma y
de hacer amar a María, mi dulcísima Madre, a la cual debo mi
existencia en lo físico y en lo moral.
Consiste
este secreto en ir a descansar todos los días unos minutos a solas a
los pies de nuestra querida Madre, haciéndole –aparte de los
obsequios con que la suele honrar todo buen cristiano, y
particularmente el de la recitación del Santo Rosario– dos visitas
diarias, una por la mañana y otra por la tarde, en el modo que os
mostraré. ¡Oh, qué dulce es descansar junto a la que nos ama
tanto, que si nosotros nos diéremos cuenta de este amor tan sincero,
tan desinteresado, tan constante, no nos afligiríamos más por
ningunas de las cosas penosas de la vida.
Modo
de hacer las visitas.
Todos
los que quieran tomar parte en esta santa sociedad de amor, destinen
en un lugar de su casa apartado, o en su aposento, una imagen de la
Inmaculada, para la visita de la mañana, y una de la Dolorosa para
la de la tarde; y en el primer momento libre que cada uno tenga, solo
–pues siendo visita de amor, el amor no quiere testigo– vaya a
postrarse delante de María. Habrá circunstancias, en que no podrá
hacerse la visita a la imagen destinada: entonces hágase a otra, en
lo posible, bajo el mismo título. A veces puede ocurrir, o por estar
en compañía de otras personas, o por estar de viaje, que no se
pueda hacer ni aún de este modo; entonces se hace en espíritu. Con
un vuelo de amor se va a los pies de nuestra Madre que nos espera a
la cita de amor. De este último modo ha de ser raras veces, pues es
justo que también el cuerpo se postre y obsequie a su Señora y
Reina. Jamás, por ningún motivo, se ha de dejar, pues dejándola se
haría esperar a la amada Señora, a la que hemos dado palabra de
visitarla y que tanto desea y espera nuestra visita para llenarnos de
las gracias divinas. Si sucediere, especialmente en los principios
hasta que uno se haya acostumbrado, que se nos olvidare, conviene
pedir perdón a la primera visita que se haga, diciendo humildemente
nuestra culpa e imponiéndonos algunas penitencias, por ejemplo: una
Salve
con
los brazos en cruz…, esta hermosa plegaria, que en su brevedad
expresa tantos y tan tiernos sentimientos. También sería bueno
decir nuestra falta al confesor, cuando nos confesamos, no porque sea
ningún pecado, mas, para acostumbrarnos a ser más atentos y no dar
a Nuestra Señora una cita en vano. Pero os aseguro que si tenéis
buena voluntad, muy pronto tomareis esta santa costumbre, o mejor
dicho, sentiréis la necesidad de acudir a María. Ella misma os hará
sentir un dulce llamamiento interior para ir a postraros a sus pies,
y descansar unos instantes junto a su corazón, que conoce como
ninguno nuestros dolores, nuestras angustias y penas, y puede
aliviarlas; y así os dirá interiormente: “Bienaventurado
el hombre que me oye, y que viene todos los días a velar a mi
puerta”…
Ella sabe las pruebas que os esperan, la fuerza que necesitáis para
luchar con los enemigos, que acaso dentro de pocas horas o pocos
minutos os han de asaltar.
María,
fuente del agua de la vida eterna, con su suave riego, dispondrá
vuestra alma para recibir con provecho las gracias del Señor y
sostener firmes las pruebas y contrariedades de la vida. ¡Cuántas
veces he probado yo la verdad de lo que os digo! Sentía mi espíritu
acobardado; de todo temía, me asustaba, temblaba. Iba a María y
después de la visita cambiaba enteramente. Probadlo y no tendréis
más temor, ni de la Cruz ni de los enemigos; la paz del Señor os
acompañará en todas partes y os sentiréis felices en medio del
sufrimiento.
Intenciones
para la visita de la mañana.
Postrados
de rodillas delante de una imagen de la Inmaculada Madre nuestra,
considerad nuestra alma como una tierra árida, sin agua, y a la
Santísima Virgen, como la fuente del agua viva, que espera corazones
sobre quienes derramarla para que florezcan en ellos, como en otros
tantos místicos jardines, las flores y frutos de las virtudes en
donde se recree Ella y su Divino Hijo. Ofrecedle todo vuestro ser,
pidiéndole que con los resplandores de su inmaculada pureza, ilumine
los senderos en que hemos de andar, a fin de que, cuando volvamos a
sus pies en la siguiente visita, nada encuentre en nosotros indigno
de sus purísimos ojos. Pedidle su asistencia en los asuntos
particulares que tengamos entre manos, sean nuestros o de otros,
habladle, en una palabra, según las circunstancias en que nos
encontremos o las disposiciones de nuestro espíritu, con la
confianza de un hijo con la madre más amante y cariñosa. Rogadla
que viva en nosotros con su humildad, con su paciencia, con su
obediencia, con su dulzura para atraer a Dios las almas, con su
caridad para con todos, mas sobre todo con su ardiente amor a Dios.
No es necesario expresar con palabras todo esto; la intención que
nos lleva a sus pies, ya lo dice y bien lo entiende su maternal
corazón. El amor habla poco y muchas veces nada, porque la lengua
del amor es el corazón, acordándonos de que el amor nos ha
conducido a los pies de María y sólo amor es lo que queremos; el
cual se lo pediremos con un beso, señal de la más frecuente que
usan los pequeñitos con sus madres, cuando saben hablar, para
pedirle su amor. Y ¡qué pequeñitos somos nosotros delante de la
excelsa Madre de Dios! Queriendo decir todo esto con una breve
fórmula, se podrá usar la siguiente:
Oración
para la visita de la mañana.
Oh
Inmaculada Madre de Jesús y Madre mía, María, yo me consagro todo
a Vos sin reserva, aceptad la oferta y tomad de mí posesión,
continuando en mí, como en vuestra vida mortal, amando a Dios y a
los hombres y haciendo bien a todos. Bendecidme, oh Madre, y
concededme morir, un día, de amor en vuestros brazos.
(Reflexiónese
un poco y dígase): Virgo
fidelis, ora pro nobis. Y
una o tres Avemarías.
(La
jaculatoria y las Aves, se rezan con la intención de pedir para
todos los socios la fidelidad en el amar a María).
Intenciones
para la visita de la tarde.
La
visita de la tarde se hará en la misma forma que la de la mañana,
excepto que ha de ser ante una imagen de la Dolorosa, que la
represente en el Calvario o con Jesús muestro en los brazos, o sola
al pie de la Cruz. En esta visita nuestro corazón ha de estar lleno
de amor y de dolor considerando la desolación grande como la mar, en
que nosotros hemos puesto a nuestra Madre. Todos los dolores de la
vida humana comparados con los de María son como sombras. “¿Quién
se compara a Ti?...” Le
pediremos humildemente que por sus dolores sea nuestra luz cuando
camináremos en las sombra de la muerte, “Aunque
camine por cañadas oscuras”, y
que nos dé en aquella hora la serenidad y la calma de su corazón
cuando vio sumergirse en la alta mar de la Pasión a su Santísimo
Hijo, rogándole con la más viva confianza nos conceda las gracias
expresadas en la siguiente oración:
Oración
para la visita de la tarde.
Afligidísima
Madre de Jesús y Madre mía María, por el dolor que sufristeis en
las tres horas, cuando asististeis a la muerte de Jesús, asistidme
en mi última hora.– Por el dolor que sentisteis al recibir a Jesús
muerto en vuestros purísimos brazos, concededme recibirle
Sacramentado en mi corazón, en la hora en que deberá ser mi Juez.–
Por el dolor que tuvisteis en la soledad, después del entierro de
Jesús, estad conmigo, no me dejéis solo en el juicio particular;
tomadme en vuestros brazos y decid a vuestro Hijo, que la sentencia
que pronuncie sobre mi sea la de ser yo llevado al cielo en vuestros
mismos brazos maternos.
María,
Madre de gracia, Madre de Misericordia,
En
la vida y en la muerte, ampáranos gran Señora.
3
Avemarías, etc. (La jaculatoria y Aves con la misma intención que
en la mañana, para todos los socios)1
Pretextos
de que se valdrá el demonio para impedir que se tome parte en la
asociación o se persevere en ella.
Siendo
el demonio un rey destronado y nosotros los destinados a ocupar la
silla que él ha perdido, síguese que la rabia de este espíritu de
las tinieblas contra nosotros sea grande y continua. No pudiendo nada
contra el Dios que le arrojó a los infiernos, ni con la Madre del
mismo Dios, María Inmaculada, que con su pie virginal le aplastó la
cabeza, desahoga su furor contra los hombres persiguiendo la imagen
de Dios que ve en nosotros y poniéndonos obstáculos en los caminos
que a Él nos llevan. Y como uno de los medios más aptos es amar
tiernamente a María, por lo tanto, no es de extrañar, que con
falsos pretextos nos aleje de su amor. Los más ordinarios de que se
servirá para impedir que se tome parte, o se persevere en esta santa
asociación de amor a María, serán las tres siguientes:
1º
Falta
de tiempo. – Nos
sugerirá que bastantes devociones tenemos ya, y no se podrá cumplir
o se hará con perjuicio de las obligaciones de nuestro estado, etc.,
etc. – Yo os lo aseguro y la experiencia mejor os lo mostrará,
cuán falso pretexto sea este. Después de haber recibido la
bendición de María, por la tranquilidad y calma que ésta producirá
en nuestro espíritu y la paz que inundará nuestro corazón, nos
encontraremos mucho mejor dispuestos para cualquier ocupación, sea
material o intelectual, y mucho más para trabajar por la gloria del
Dios de la paz. Además, para cumplir nuestro compromiso, o cita de
amor, no se requiere más que cuatro o cinco minutos; y cuando ni aún
se pueda disponer de ese breve tiempo, nuestra Madre bien sabe
compadecernos y se contentará con que nos presentemos a sus pies
diciéndole con sencillez estas pocas palabras: “Madre mía, soy
tuyo; no tengo más tiempo para decirte que te amo, y pedirte tu
bendición”. Esto, en un minuto o dos puede hacerse, y con calma
suficiente para animarlo con el espíritu interior necesario, sin el
cual nuestras oraciones, ni breves, ni largas, tendrán ningún
valor.
2º
El
no sentir gusto sensible. – Procurará
persuadirnos el enemigo que nuestros obsequios, hechos con tanta
frialdad, no son aceptos a María y a nosotros de ningún provecho.
¡Nada más falso! El amor es libre y reside en la voluntad. Nadie
nos arrastra por la fuerza a los pies de María; por lo tanto, si
vamos, hemos tenido primero que quererlo con un acto libre de nuestra
voluntad, y ese acto es amor, el más puro y sincero. ¡Dichosos
nosotros si perseveramos de este modo hasta la muerte! Señal es de
que en la eternidad se nos quieren dar a gozar más abundantemente
las dulzuras y ternuras del amor de nuestra dulcísima Madre.
3º
El tercer medio con que se procurará engañarnos el demonio, será
hacernos parecer que éstas sean cosas de niños y de mujeres. Quien
así lo creyere pida luz a Dios, pues todavía tiene que trabajar
bastante para disponer su espíritu a las comunicaciones divinas y
vivir la vida interior. Las almas que han gustado de Dios y poseen su
espíritu, estarán exentas de esta tentación. Para que Jesús nos
estreche en sus brazos, saben por experiencia que hay que hacerse
niños pequeños: El
que sea sencillo, que venga a Mí; por
lo tanto, necesitados en todo del auxilio de la madre. Dichosas mil
veces las almas que sienten necesidad de María por verse pequeñas e
incapaces de hacer nada de bueno por sí solas.
Fin
de la asociación y quien puede tomar parte en ella.
El
fin de la asociación es consolar a María con nuestro tierno y
filial amor por el dolor que le causan tantos malos hijos, hermanos
nuestros. Y como todos somos hijos de María, síguese que todos
podemos tomar parte en esta Santa
Liga de amor. Pero,
si la Madre de la misericordia tuviera alguna preferencia, sería,
cierto, para los que han sido pecadores, infieles a dios y a su
maternal amor. A éstos, ¡oh, como los espera María para llenarlos
de gracias!
A
vosotros también os espera, ¡oh almas puras, que andáis por las
calles y plazas en busca de Aquel que ha herido vuestro corazón. En
el mundo jamás podréis encontrar el agua que apague la sed que os
consume. Venid a la verdadera fuente; y por María, sin necesidad ni
de libro, ni de maestro, encontraréis en vosotras mismas a Dios y de
Él aprenderéis la ciencia que quien la sabe y lo sabe todo.
Y
vosotras, almas consagradas a Dios, que vivís en la casa del Señor,
para vosotras en modo especial está abierta esta fuente. Oíd este
nuevo llamamiento del Señor, del cual todo bien procede. ¿Quién
sabe si para muchas almas no dependan de este medio practicado
fielmente sus progresos espirituales? ¿Llegar pronto a la cima de la
santidad o ir con trabajo por el camino de una virtud ordinaria? –
Dios ilumine a los Superiores para que encomienden la práctica de
esta devoción tan sencilla y al fin se practique en todas las casas
religiosas, por medio de la cual, tengo por cierto, se despierte un
nuevo fervor en servir a Dios y en honrar y amar a su Santísima
Madre.
Los
mismos efectos producirán en las familias. Dichosas las madres que
la enseñen a sus hijos, ¡que los primeros pasos que den sus
inocentes sobre esta tierra de dolor, sean para visitar a María!
¡Qué las primeras palabras de sus bocas para invocar a María con
el dulce nombre de Madre: “¡María Madre mía!”! Palabra que
llena de inefable consuelo en medio del dolor. ¡Que pronto se
acostumbrarían los pequeños, si antes de salir de casa para ir a la
escuela, o al trabajo, y por la noche antes de acostarse, las madres
le preguntasen si han hecho la visita a la Virgen. ¡Oh cómo les
protegería Ella y los mantendría inocentes y limpios de corazón!
¡El lirio de la pureza conserva siempre su blancura en los corazones
de que es Ella la guarda! ¡Dichosos los que merecen ser protegidos
por María! Ella misma nos dice por boca de la Sabiduría: Quien
me encuentre, poseerá la vida, la
vida de la gracia en esta tierra, y la de la gloria eterna en el
cielo.
*
* *
Para
animarnos a la práctica de esta devoción pensemos en el gran
consuelo que tendremos en la hora de la muerte al recordar las
visitas diarias hechas a la que sola puede darnos algún consuelo en
aquel momento decisivo de nuestra eterna suerte; y mucho más si
nuestros ojos moribundos pueden fijarse sobre las mismas estampas de
las visitas. Nuestra tierna Madre en aquella hora en que nosotros ya
no podemos ir a visitarla, vendrá Ella misma a consolarnos,
asistirnos y llevarnos al cielo. Allá, todos los que hemos sido
unidos en esta santa asociación, nos conoceremos y alabaremos y
bendeciremos a Dios y a su Santísima Madre por habernos enseñado un
medio tan fácil para alcanzar la gloria que con ellos eternamente
gozaremos.
Acaso
cuando leyereis estas líneas, que sólo el amor a tal María y la
obediencia han hecho salir de mi pluma, yo haya pasado los umbrales
de la eternidad; si entonces mi pobre alma está hecha capaz de beber
en el manantial mismo que es Dios, me volveré yo también fuente
para con vosotros todos los que practicáis esta devoción, y unida a
mi querida Madre, Señora y Reina María Santísima, derramaré sobre
vosotros en abundancia el agua de la vida eterna.
J.
PASTOR.
20
de Junio de 1922.
D. S. B.
1
El Excmo. Sr. Obispo de Salamanca
aprueba esta práctica y concede 50 días de indulgencia por cada
vez que en ella se recen estas oraciones u otras equivalentes.