Acto de desagravio, que debe recitarse en voz alta al comenzar la adoración de modo que se oiga en la Iglesia:
Con sincero y tierno amor, dulcísimo Jesús mío, vengo a adoraros aquí en el divinísimo Sacramento del altar, con todas las potencias de mi alma y los afectos todos de mi corazón, para reparar las irreverencias y sacrilegios que contra Vos se han cometido. Quisiera adoraros por todos los que no os adoran y amaros por todos los que no os aman; me uno a vuestra Santísima Madre y a todos los coros angélicos, especialmente a los adoradores que están día y noche al pie de vuestro altar.
¡Ah! ¡Quién me diera regar con mis lágrimas y con mi sangre todos los sitios en donde vuestro amor ha sido pagado con sacrilegios y profanaciones!
¡Cuán ardiente es mi deseo de dar mi vida para defender vuestra presencia real en la Santa Eucaristía y en reparación de todos los ultrajes con que sois allí profanado!
¡Ah! cuánto deseo Dulcísimo Amor mío, que al solo nombre de Jesús-Hostia, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos y que las criaturas todas se anonaden en vuestra presencia, para adoraros, amaros y daros gracias en el augustísimo Sacramento del Altar. Así sea.